lunes, 2 de enero de 2012

 Poesía:

SÁBADO NOCHE

Llega el sábado noche
Lo que significa pintarnos como coches
Frente al espejo horas pasan sin derroche

Alísame el pelo Mercedes
No tires que me duele
Cuidado con la plancha no te quemes

No nos queda tiempo
Estamos sin aliento
La black berry vibra sin consuelo

Asómate a la ventana
¡Pero me falta hacerme la ralla!
Corre no seas pesada



Teatro:

El verano ya está aquí:

Aparecen en escena Marta y Amali, andando por el Paseo Marítimo del Sardinero.  Marta es una joven rubia de cabellos alborotados por la brisa húmeda del mar y algo desgarbada  pero sumamente divertida. Su andares desprenden alegría. Amali sin embargo luce pelo lacio y castaño pero su semblante es algo serio.  
Marta: ¿Has visto que bonito está este año el paseo?
Amali: Yo lo veo como siempre, aunque si hay más bares de copas  ¿no?
Marta: ¡Si hay un montón! ¿Esta noche saldremos no?
Amali: Si, ¡obvio! (gritando a los cuatro vientos)
Marta: El problema es que todavía no ha llegado nadie del grupo. (con cara triste)
Amali: Ya…bueno no se ya veremos.  (con expresión de duda)
Marta: ¿Nos tomamos un helado? (cogiendo la mano de Amali)
Amali: (risas) Marta ¡siempre igual!, siempre quieres helados. ¡Marta y los helados! (elevando la voz)
Marta: (sonriendo) me encantan. ¡Además quedan muy chic!
Marta y Amali: Risas
Entran a la heladería.
Marta: Me da un helado de limón por favor.
Tendero: ¿Tarrina o Cucurucho?
Marta: Um…(dudando) ¿Cucurucho Amali?
Amali: Si no se… (risas)
Marta: Vale, sí. Un helado grande de cucurucho con dos cucharitas, de limón.
Tendero: Muy bien señorita. (Se gira y rebaña el helado)
Marta: ¿Cuánto es? (con cinco euros en la mano)
Tendero: (Dándole el helado) Son tres euros con cincuenta por favor.
Amali y Marta: Hasta luego (sonriendo amablemente)
Marta: Um…¡No sabes que rico está! ¡Súper ácido como a mí me gusta! ¡Prueba! (chupando una esquina del helado por la que cae helado derretido)
Amali: (cogiendo una cucharita) A ver si es para tanto, pesada.
Marta: Ya verás.
Amali: Sí, está rico (sonriendo con la cuchara en la boca)
De pronto Marta para de andar y se queda inmóvil por unos minutos, gira su cabeza lentamente. Sus ojos siguen el paso de un chico con aire extranjero de pelo liso y rubio.
Marta: ¿Has visto que chico? (haciendo símbolos de corazones con los dedos)
Amali: No, a quien te refieres. (Buscando con la mirada por el paseo)
Marta: (señalando con descaro) ¡Ese el rubio!
Amali: ¡Marta es Christopher! (Dando saltitos y partida de risa)
Marta: ¡Oh my good…………dddd……….! ( Gritando y moviéndose de un lado a otro)
Marta: ¡Vamos a seguirle! (caminando detrás del chico)
Amali: ¡Estás loca! ¡Pero qué haces que nos va a ver! (cogiéndola del brazo)
Marta: ¡Me da igual! (con una sonrisa de oreja a oreja)
Amali: Le voy a llamar
Marta: Ni se te ocurra (con cara de enfado)
Amali: Chrisss….t…. (Levantando ligeramente el tono de voz)
Marta: Tonta cállate. (Empujando a Amali)
Marta y Amali: Risas
Amali: to…pher…. (Riendo)
De pronto una bicicleta pasa a su lado a toda velocidad y tira a Marta su rico helado.
Marta: ¡Pero bueno! ¡Eres tonto! (gritando nerviosa)
Asombrada Marta se queda callada mirando fijamente a los ojos del ciclista y le da un codazo a Amali.
Amali: ¿Pero tú no eres…? (con voz temblorosa)
Marta: ¿Pe, pe, pe..ro tú no eres? (tartamudeando)
Ciclista: (elevando la voz) ¡Chicas no os acordáis de mi! ¡Soy Christopher! ¡Nos conocimos el año pasado aquí!
Amali y Marta: (a la vez y exclamando) ¡Sí!
Marta: ¿Pero tú no estabas caminado delante nuestro? (con cara extrañada)
Ciclista: Pues no (riendo)
Amali: (señalando)ese chicho es igual que tú
Ciclista: Ya entiendo…( riendo) es Henryk mi hermano gemelo
Marta: ( con risa tonta y ojos muy abiertos) Ah…. Es igual que tú
Ciclista: (Empezando a pedalear)Esta noche veniros a “BNS” el chiringuito de la playa.
Marta y Amali: Vale (con una gran sonrisa)
Nuevamente solas…
Marta: Me he vuelto a enamorar….(riendo y con la mano en el corazón) 

Fin del acto

Prosa:
Todo comenzó una gélida noche de invierno, tras la celebración de la llegada del nuevo año.  La puerta de una lujosa casa del centro de Madrid se abrió con suavidad. Una joven mano sosteniendo una gran bolsa de basura asomó lentamente. Los vidrios chirriaban al chocar unos contra otros. Sonaba a resaca, a gran celebración. Aquel sonido año tras año retumba por las calles pasando desapercibido para la mayoría de los transeúntes, pero, retumbado en las cabezas de aquellos que no están de paso por esas calles, sino que han hecho de ella su vivienda. Retumba a alegría, a poder, a celebración y en definitiva a hogar.
La joven que portaba en su mano esa aparentemente simple bolsa de basura, se aproximo hacia un pequeño vertedero, para deshacerse de esos restos de fiesta, que portaba con gesto de desagrado y disgusto.
Cuando iba a depositar la bolsa en uno de los cubos, algo llamó su atención.  A pocos metros de donde se encontraba, entre toneladas de sucia basura, asomaba un viejo sombrero.  Lo que para la mayoría sólo sería eso, un viejo sombrero, para ella resultaba ser una joya.


La joven se acercó con mucho cuidado, esquivando otras bolsas repletas de basura. Cuando estaba a punto de alcanzarlo, un ligero movimiento hacia la derecha y luego hacia la izquierda provocó que la chica diese un paso hacia atrás, y se alejase apresurada y con miedo. Lo primero que vino a su cabeza es que probablemente una rata, un pájaro o quizás un gato estuviese paseando cerca del sombrero,  provocando un ligero vaivén. 
Agitando su cabeza, volvió a acertase, esta vez con algo más de cuidado e inquietud, su mano rozaba el ala del sombrero cuando de pronto una cabeza con cabello blanco como la nieve se elevó lentamente.  Paralizada la joven no pudo cambiar la postura ni siquiera pestañear cuando la anciana dueña del viejo sombrero giró su cabeza y clavó su triste mirada sobre ella. Tartamudeando se disculpó educadamente y la anciana respondió como si de una señora de buena familia se tratase. La joven no cesaba en su asombro.
La anciana se alejó con sigilo entre la basura, ante los ojos de Carolina, la joven mujer que portaba la bolsa de basura. A medida que la anciana se alejaba, Carolina se sorprendía más si cabe. Vestía una auténtica joya. Un vestido con aires de “Charleston”,  precioso, de los años 20, perfectamente conservado y combinado con el sombrero. 


La curiosidad invadió a Carolina quien no puedo resistir perseguir  a la anciana. Era una auténtica apasionada de la moda y no podía creer que una mujer  que rebuscaba en la basura el día de Año Nuevo, para poderse llevar algo a la boca, pudiese ir vestida de esa manera.
Se apresuró y con la curiosidad característica de una joven inquieta comenzó a “lanzar” un millón de preguntas:
-¿De dónde has sacado ese vestido? ¿Y ese sombrero? ¿Sabes que llevas un vestido que cuesta mucho dinero? ¿No me lo venderías?
La anciana interrumpió a Carolina:
-Un momento señorita, ¿es usted periodista?, ¿qué quiere de mi? ¿Por qué me persigue?
Carolina ruborizada volvió a disculparse con la anciana y le propuso que pasase a su casa para poder invitarla a un caldo de Navidad calentito y poder obtener las respuestas deseadas de un modo más relajado y correcto.
Los ojos de la anciana se llenaron de alegría y emoción y su paso se aceleró hacia el hogar de Carolina.  Ya sentadas frente a la chimenea y con el estómago lleno, pasaron horas hablando. Toda la vida de aquella mujer resultó ser una auténtica película.
La anciana se llamaba Sylvia Sidney y era una consagrada actriz de Hollywood que como muchas estrellas, había vivido su momento de oro, pero al envejecer había sido condenada al olvido.  La pasión, el dolor, el amor y los sentimientos encontrados habían sido la tónica habitual de aquella mujer. El lujo de su juventud y madurez chocaba con la más absoluta miseria en la que se encontraba sumida ahora en su vejez. Sin embargo, a pesar de haber estado tantos años viviendo en la calle, nunca renunció a su preciado vestido y sombrero. Quizás, esto es lo que más sorprendió a Carolina, el cómo una mujer vagabunda pudiese vestir esas lujosas prendas. Sylvia ganó su primer reconocimiento de Hollywood vestida con esos atuendos. Los miles de recuerdos maravillosos que aún retumbaban en su cabeza, no permitían, a pesar del tiempo trascurrido, que pudiese deshacerse de ellos.
Carolina no cesaba en su asombro y mostraba su emoción continuamente en su activa charla con Sylvia. Llegó la hora de acostarse y tras la interesante velada Sylvia decidió regalarle el sombrero a Carolina como muestra de agradecimiento. Carolina lo aceptó pero sólo a cambio de que Syvia aceptase también quedarse en su casa a vivir el resto de su vida.
A pesar de ser una joven adinerada se sentía sola en medio de esa enorme ciudad. Aunque Carolina era una muchacha alegre y vital había tenido una vida muy triste que le provocaba ser una persona profundamente empática y comprender el dolor de aquella anciana.
Los padres de la joven fallecieron en un accidente de tren, cuando regresaban a casa tras una comida en La Granja de San Idelfonso, ella era hija única, por lo que heredó un lujoso palacete del siglo XIX.
 Sus amigos siempre fueron su gran apoyo, pero evidentemente, Carolina siempre buscó tener nuevamente el calor de un hogar, que encontró de la manera más inesperada aquel uno de enero, al salir a tirar los restos de otra agradable velada en la que celebraba el final del año 1990. Sin duda el año 1991 sería el final de la soledad y tristeza de aquel hogar.











1 comentario:

  1. Muy bien. Te falla la poesía. Buscas la rima (aunque solo consigues ripios) pero no cuidas el ritmo. Debes pensar más en juego poético que en poesía pura y dura. Lo vimos en la clase del lunes.

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